jueves, noviembre 30, 2006

Aprendiendo de los Españoles

Ya llevo dos semanas de clases intensivas aprendiendo de los españoles. He pasado por la globalización, las habilidades directivas, la planificación estratégica, el análisis estratégico, las finanzas, la calidad y el marketing. El gran resumen es: conocer el mercado, definir las redes, crear nuevos mercados (océanos azules), crear y sostener la ventaja competitiva, ser rentables, medir y controlar.

Además de todos estos temas comprimidos en dos semanas, he trabajado en equipo con panameños, argentinos, peruanos, ecuatorianos, dominicanos y compatriotas. De todos he aprendido muchas cosas buenas y he identificado diferencias sutiles y evidentes, que nunca imaginé fueran tan determinantes para poder obtener buenos resultados.

Hasta ahora España me ha tratado muy bien. El clima en el sur, a pesar de estar a finales del otoño, es bastante benigno. Además, ya me acostumbre a palabras como:

- Los costes
- El valor añadido
- Coño
- La leche
- Me cago en la leche
- Vamos, macho
- Gilipollas
- Cojonudo
- Es las ostia
- La madre de todos los corderos

En fin, es un vocabulario tan rico, que hay que hacer el diccionario. Eso sí, estos son solamente los términos españoles, faltan los de el resto de países, porque aunque creemos que todos hablamos el mismo idioma, cada país tiene sus variaciones y lo que es peor, sus propias maneras de decir las cosas.

sábado, noviembre 18, 2006

Finalmente salí hacia España. Tomé el avión para el primer trayecto, Medellín-Bogotá a las 11:45 AM. Por fortuna me aforaron la maleta hasta Madrid directamente en Medellín, por lo que no tuve que pasar por los controles de emigración de Bogotá, que son ridículamente exagerados y ahora peor, pues entró en vigencia una normatividad europea que indica que los vuelos que se originan o que llegan a Europa deben asegurar que los pasajeros lleven muy pocos líquidos y geles. La norma dice que solo se puede llevar pequeñas cantidades de hasta 100 centímetros cúbicos. Y yo que llevaba un tarro de shampoo, uno de acondicionador, gel para el pelo, pasta de dientes, medicinas, etc, etc, etc. Como dije, fui muy afortunado en que me aforaran la maleta en Medellín. Muchas personas sintieron el rigor de la norma y tuvieron que dejar tarros de crema para las manos, crema de dientes, el guarito y muchas otras cosas.

Hasta el ingreso a la sala de embarque todo transcurrió con normalidad, los controles a los que estamos, desafortunadamente los colombianos, acostumbrados. Aprovechando el duty free, y cumpliendo una promesa, compré una libra de café especial para compartir con todos, profesores y estudiantes, aquí en Cádiz.

Llegué a la sala de embarque a eso de las 3:30 de la tarde. El avión de Iberia llegó como a las 5:00 pm. Entonces, estando todos acomodados en la sala, nos pidieron que saliéramos y tuvimos que pasar por otro chequeo más de seguridad.

Después de una fila de unos 20 minutos, con la maleta de mano al hombro, llegué a la máquina de rayos X (o no se que rayos será). Me bajé de mis tres riñoneras (la de la billetera, la de la cámara, la de la plata), de la maleta de mano, de la chaqueta, de la correa. Pasaron todas mis cosas por la máquina de rayos X mientras al otro lado las cosas iban cayendo al piso, ensuciándose contra el piso y contra la banda de caucho de la máquina. Entonces, recogí mis cosas en una canasta plástica y la puse sobre una mesa metálica, en donde hacen la “revisión exhaustiva de la humillación final” ™. Es decir, como no aprovechar esta última oportunidad para una ultima humilladita por parte de tus mismos compatriotas. En fin y volviendo al relato. Mientras yo hacía maromas para sostener la canasta plática con mis cosas (que sumadas pesan más de ocho kilos) una policía antinarcóticos con sombrerito, como de 1.80 m de altura y mas cuaja que Capax, tomaba mi canasta y la empujaba hacia mí, haciendo que se cayera de la mesa. Eh ahí cuando cometí el error de reclamar por su altanería. Señora, me va a tumbar las cosas al piso, le dije. En tono desafiante y mirándome con ira a los ojos me dijo: No diga cosas que no son ¿por qué dice cosas que no son?, en excelente acento policial, ese acentico rolo mezclado con Santandereano.

Me volvió a mirar con rabia y me dijo, venga que le voy a revisar su equipaje. Yo entendí el mensaje y me tragué lo que quedaba de mi dignidad después de haber pasado por tres controles de seguridad. Se dedico a revisar milimétricamente el contenido de mi maletín: revisó la caja de recuerdos (una chivas miniatura de porcelana) tirándolo todo sobre la mesa, rompió la bolsa sellada de café con un palo como de chuzo (pincho) revisando el interior de la bolsa, encontró mi computador portátil y me lo hizo prender. No se muy bien si su objetivo era simplemente fastidiarme o si era fastidiarme y demostrar su conocimiento en el manejo del touch pad. El caso es que usó el computador unos 5 minutos iniciando programas al azar. Para redondear, interrogó:

La policía: ¿Motivo de viaje?
El ciudadano: Estudio
La policía: ¿Qué va a estudiar?
El ciudadano: una maestría
La policía: ¿Una maestría en qué?
El ciudadano: en dirección de empresas tecnológicas e industriales
La policía: muéstreme su carnet de profesional
El ciudadano: -- No entendía a qué se refería y buscó afanosamente el carnet de egresado – Aquí está mi carnet.
La policía: muéstreme su cédula y pasaporte
El ciudadano: aquí están los documentos
La policía: -- Revisa milimétricamente la correspondencia entre cada documento. Devuelve los documentos de mala gana al ciudadano.
El ciudadano: -- Guarda sus documentos y recoge lentamente las cosas de la mesa y pregunta: ¿Va a revisar algo más o puedo guardar ya las cosas?
La policía: Guarde las cosas.

Creí que ahí terminaría todo, pero que equivocado estaba. La policía se dedicó a patrullar la sala de espera, mirando detalladamente a cada una de las personas que aguardaban el abordaje, pero en especial, a mí, Me miraba (yo me hacía el loco y fingía un bostezo o miraba hacia el techo), seguía, daba media vuelta y me volvía a mirar de reojo, continuaba su marcha y dabas un giro rápido de 180 grados para ver si yo la estaba mirando. Hasta que por fin se acercó hacia donde yo estaba sentado. Se dedico, entonces, a interrogar a la persona que estaba sentada a mi lado. Le preguntó sobre el motivo de viaje, le pidió documentación y siguió con su patrullaje.

Después de todo este show, abordé finalmente el avión. El viaje fue bastante bueno. El flotador para descansar la cabeza, que me prestó mi hermano, fue sumamente útil para descansar. El avión resultó muy cómodo, de hecho me pareció mejor que el de AirFrance, excepto por las pantallas personales de los aviones de AirFrance. La comida también estuvo muy bien. Delante de mí, curiosamente había un Indio y un Judío. El Indio estudiaba un master en mercadeo en Estados Unidos. Lo supe por metido, pues habló durante un rato, en inglés, con una señora en el puesto vecino. Se dirigía a Inglaterra. El Indio no tenía la típica pinta de Indio, por el contrario, el pelo engominado, jeans modernos, gafas de marco grueso. Por esto mismo me sorprendió cuando pidió una comida vegetariana.

El judío resultó bastante pintoresco. Era un joven de unos 26 o 27 años. Alto, creo que podría medir 1.95. Acuerpado, pero no obeso. Blanco y de ojos claros. Era un judío ortodoxo, infiero yo por su pinta: Sombrero negro, camisa blanca, chaqueta negra, pantalón negro, zapatos negros y barba larga. Cuando se sentó en su puesto se quitó el sombrero y la chaqueta y los guardó en el compartimiento de encima. Además pidió que le sirvieran comida Kosher, a lo que las azafatas respondieron con gusto.

El vuelo tardó nueve horas y quince minutos. Me descrestó que en las pantallas, durante el despegue y el aterrizaje, se proyectaba la imagen de la cámara montada en lo alto de la cola del avión, de modo que se podía observar toda la maniobra, el terreno y los detalles de funcionamiento del avión (el despliegue y repliegue los flaps, el movimiento de los planos de dirección, los frenos de aires, el tren de aterrizaje). Me gustó muchísimo esta capacidad.

Finalmente salí del avión de segundo y pisé al aeropuerto de Barajas. Muy impresionante. Caminé primero por pasadizos de cristal, subiendo, a la izquierda, a la derecha, sigo subiendo, llego a una plataforma, giro a la izquierda y me acerco a la ventanilla de revisión de pasaportes para no comunitarios. Aquí me puse un poco nervioso dado los antecedentes en Bogotá, el cuento de la “colombianidad”, etc. Nada que temer, el guardia me miró, me supongo que para comprar la foto con mi cara (no al revés). Pase ese punto y seguí hacia otra máquina más de rayos equis, en donde pasé nuevamente todas mis pertenencias. Seguí sin problemas, siempre fijándome en los letreros que indican hacia donde girar para buscar el equipaje. (Qué diferencia, me ponen más problema mis compatriotas que los afectados).

Finalmente llegué a un tren que me llevó hasta otra Terminal en donde tuve que esperar unos treinta o cuarenta minutos a que apareciera, de manera mágica para mi, el equipaje en la banda transportadora numero 4.

Tome mi equipaje, y utilizando un carrito para facilitar las cosas me dirigía hacia fuera, con la menta concentrada en encontrar la estación del metro. Para poder hacerlo tuve que tomar un bus que me llevó hasta la terminar dos, en donde finalmente tomé el metro.

Seguí el plan que ya había estudiado con mi esposa y llegué a la estación Opera, después, eso sí, de bajar y subir con mis cuarenta kilos de equipaje al hombre. Emergí a la plaza Isabel Segunda, donde me encontré de frente con el Real Cinema y de espaldas con el Teatro Real. Le di una vuelta a la plaza buscando la calle Mandemanes. Subí por la calle hasta encontrar el edificio en donde se encuentra el hostal Los Tres Amigos.

Entré y efectivamente, como lo habíamos visto durante la reservación, el hostal quedaba en el cuarto piso, y como o habíamos previsto había un ascensor, y como lo imaginábamos, era un ascensor viejísimo en el que solo cabíamos mis maletas y yo.

En la recepción encontré a un joven mexicano que me explicó todos los pormenores, le pagué por la cama (no habitación), por el candado par el locker y le dejé 5 € como depósito para las sábanas y 1 € como depósito para el candado. La habitación era la número 2 y la cama, la numero 2. En total, en la habitación hay tres camarotes y dos bloques de lockers, por lo que pueden dormir hasta seis personas. La primera impresión que tuve fue bastante negativa, pues para ser sincero, en Colombia por se usan las habitaciones compartidas y por fortuna del destino no he tenido que compartir pieza en un hotel con extraños, hasta el este día.

Luego de organizar las cosas se despertó mi espíritu aventurero. Primero me dediquen a conseguir comida. Todo me pareció exageradamente caro: kebbab más gaseosa 8,90 €, bocadillo de jamón 8,45€. Encontré un McDonals, entré compré un combo por 6,45 €.

Con el tanque lleno, subí por la calle Arenal hasta la plaza del sol. Observé mi mapa y verifiqué que si tomaba la calle Carretas llegaría a la calle Atocha. De ahí podría caminar hasta la Puerta de Atocha, reclamar el billete de tren para mañana y ahorrarme un euro. Me arriesgué y caminé, efectivamente hasta la Puerta de Atocha.

La estación se llama Estación Puerta de Atocha y desde aquí salen muchísimos trenes. La estación es muy bonita pues tiene un microclima que controlan utilizando aspersores de agua, calefacción y una especie de invernadero. En el centro de la estación hay una selva pequeñita. Muy impresionante, sobretodo pensando en el frío y la resequedad que hay afuera. Reclamé el billete sin problemas y decidí continuar hasta mi excursión hasta el museo del Prado, sabiendo de antemano que estaría cerrado.

Caminé por la calle que creía El Paseo del Prado para encontrarme con una sorpresa el Parque El Retiro. Decidí abandonar la idea de conocer, por ahora, el Paseo del Prado y me interné en El Retiro. La verdad estaba un poco nervioso, pues mi esposa ya me había advertido que en este parque hay rumanos que atracan a la gente, y yo estando solo y caminando por los caminitos del parque, con una pinta de turista resaltada, podría ser presa fácil. Me relajé un poco y empecé a disfrutar de la vegetación, del palacio de cristal, de los lagos, del monumento a Luís XV, de la plaza Paseo de Colombia, de la fuente del ángel y de muchas otras cosas maravillosas.

Ahora que estaba tan cerca de la puerta de Alcalá, como no conocerla, y ya que estaba allí como no pasar por la Fuente de Cibeles, La gran Vía, la Plaza del Callao para desembocar a la Plaza Santo Domingo y regresar a la calle Campomanes para recargar energías.

Dormí un poco, desde las cinco hasta las nueve de la noche. Claro que antes, tuve que aguantar los ronquidos ensordecedores de uno de los compañeros de mi habitación. Luego me enteré que son estudiantes de medicina realizando una pasantía en España.

Salía a eso de las nueve de la noche con deseos de darle un vistazo al Palacio Real, que dista unas pocas cuadras de la Plaza Isabel II. Di una vuelta por el lugar y decidí aventurarme hasta la Plaza España siguiendo la Avenida Bailén. Di una vuelta por la plaza y subí por la gran vía. El estómago me informó, entonces, que necesitaba una recarga. No quería gastar mucha plata, por lo que me dedique a buscar algo bueno y barato para comer. Resulté en un bar en el que promocionaban un bocadeillo, papas y cerveza por 4,5 €, hasta las 12:30. Como no me he acostumbrado a hablar en 24 horas, asumí que era hasta las 12:30 de la noche. Entré y le solicité a barman una promoción. Claro, como era obvio recibí la burla típica española. El diálogo continuó así:

Turista colombiano: ¿Cuánto vale una cruz campo?
Barman español: ¿Una cruz campo? – Piensa un momento -- ¿Una caña?
Turista colombiano: -- Recuerda que en dialecto alcoholico español, una caña es una cerveza – Si, eso, una cerveza.
Barman español: 1,5 €
Turista colombiano: Hablando mentalmente consigomismo – 1,5 por tres mil, me da 4,500 pesos. Ehhh…he pagado cervezas a siete mil en el parque Lleras, ahora no me voy a tomar una cerveza por 4,500 en un bar de Madrid – Deme una por favor.
Barman español: -- Pone la cerveza, digo, la caña sobre la barra y además una tapa de mejillones a la vinagreta.
Turista colombiano: Gracias – Ve estupefacto la tapa y se pregunta sei se cobra a parte. Se relaja y decide disfrutar la cerveza y su primera tapa española 100% española.

Turista colombiano: ¿Cuánto es, por favor?
Barman español: 1,50€
Turista colombiano: -- Goza en su interior sabiendo que la tapa y la cerveza solo le costaron 1,5€. En Medellín eso podría vales 10,000 pesos. Paga – Gracias – y se va.

Regresé al Hostal, para encontrarme con que ahora serían cuatro Brasileños mis compañeros de cuarto, uno de los cuales tenían pulmones de trompetista que utilizaba para hacer sonar sus ronquidos.